Hace 10 años, Crescent Dunes fue inaugurada en el desierto de Nevada, Estados Unidos, como la gran promesa que revolucionaría el panorama de la energía renovable. Con 10,347 espejos orientados hacia una torre central de 200 metros, fue la segunda planta de energía termosolar con almacenamiento en sales fundidas en el mundo, después de la española Gemasolar. La meta de Crescent Dunes era suministrar energía limpia a más de 100,000 personas.
Crescent Dunes costó cerca de 1,000 millones de dólares. Sin embargo, una década después de su inauguración, el proyecto es más conocido como un atractivo visual para los pasajeros que sobrevuelan la zona que como un referente de innovación energética.
Un despilfarro millonario
El ambicioso proyecto fue promovido por la empresa californiana SolarReserve y atrajo a inversores de la talla de Warren Buffet y Citigroup. Crescent Dunes contó también con préstamos garantizados por el gobierno de los Estados Unidos. La empresa firmó un acuerdo con la compañía eléctrica de Nevada, NV Energy, en el cual prometió que Crescent Dunes entregaría un total de 500,000 MWh anuales durante 25 años.
Sin embargo, todo quedó en promesas, pues el costoso mantenimiento de las instalaciones y al salario de los empleados hicieron inviable el proyecto. Además, la energía generada en Crescent Dunes no era barata. Todo esto llevó a que en 2019 NV Energy demandara a SolarReserve por incumplimiento de contrato.
Los inversores también dieron un paso atrás y demandaron a SolarReserve por mala gestión. En 2020, Crescent Dunes fue declarado en quiebra y expropiado al gobierno. Bill Gould, cofundador de SolarReserve, señaló como culpable del fracaso a la empresa española ACS Cobra, responsable de la ingeniería de la planta, a la cual acusó de diseñar un depósito de almacenamiento defectuoso.
Una tecnología deficiente
Lo cierto es que, para 2015, cuando se inauguró Crescent Dunes, la energía termosolar (CPS, por sus siglas en inglés) ya era un concepto obsoleto. A diferencia de la energía fotovoltaica, con paneles solares que convierten la luz en electricidad, las plantas de CPS poseen heliostatos que persiguen el sol con sus espejos para concentrar la luz en una mezcla de sales fundidas.
A pesar de que la planta prometía almacenar energía térmica para producir electricidad de manera constante y flexible, su elevado costo hizo de la energía fotovoltaica una opción más atractiva: un megawatt por hora de CPS cuesta aproximadamente 135 dólares, en comparación con los menos de 30 dólares por MWh que ofrecen las granjas de paneles solares.
Crescent Dunes reabrió en 2021 bajo la gestión de ACS y además con un nuevo contrato con NV Energy. No obstante, su desempeño sigue siendo modesto: en 2022 produjo tan solo 80,236 MWh, muy lejos de sus ambiciosos objetivos iniciales.
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