Todos hemos caído alguna vez en alguna fake new. En internet es fácil toparse con noticias falsas sobre casi cualquier tema. La inteligencia artificial y los deep fakes pueden hacerlas aun más convincentes si se añaden imágenes o videos. Por fortuna es igual de fácil desmentir una noticia falsa usando exactamente la misma herramienta que se encargó de propagarla: casi siempre hace falta solo una breve búsqueda y un ojo crítico para dar con la verdad.
La cosa no era tan fácil hace casi 200 años, en pleno siglo XIX. Por esta razón no fue raro que el gran engaño de la Luna (Great Moon Hoax) causara gran revuelo entre la gente que abrió el periódico el martes 25 de agosto de 1835 y leyó que un astrónomo en Sudáfrica descubrió diversas formas de vida en el satélite gracias a un enorme telescopio que fabricó él mismo.
¡Extra, extra! ¡Hay vida en la Luna!
La noticia se dio a conocer en una serie de artículos publicados a lo largo de la semana dentro de The New York Sun como un suplemento del Edinburgh Journal of Science. Estos fueron escritos por el doctor Andrew Grant, y detallaban los fantásticos hallazgos que el famoso astrónomo británico Sir John Frederick William Herschel realizó con un telescopio de 7.3 metros de diámetro y siete toneladas de peso.
En total se publicaron seis entregas. En la primera se explicó que Herschel partió en 1834 a Cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica, con el único propósito de catalogar las estrellas del hemisferio sur. Además, se proporcionaban detalles de su nuevo telescopio. Las cosas se empezaron a poner interesantes hacia el final de la segunda entrega, pues describía los bosques y las plantas lunares, así como algunas aves y mamíferos particulares, incluida una criatura parecida a un unicornio.
En la tercera entrega, Heschel hizo una descripción más detallada de la flora y fauna lunares, con bisontes miniatura y castores que caminaban sobre sus patas traseras. También se describía un volcán activo que se correspondía con un informe de las observaciones que Herschel hizo (de verdad) en 1787. El texto describía una isla con acantilados tachonados de zafiros. A estas alturas otros diarios se hacían eco de estos hallazgo y la noticia se esparcía por las calles.
El hallazgo más impresionante, los Vespertilio homo
El 28 de agosto llegó la cuarta entrega, sin duda la más sorprendente. En esta Grant escribió que Herschel y su equipo habían descubierto criaturas humanoides, pero con rasgos de murciélagos. El astrónomo bautizó a esta nueva especie como Vespertilio homo.
"Esas criaturas de 1.20 metros de altura, volaban y hablaban, construían templos y hacían arte, y fornicaban en público", escribió Grant. De acuerdo con la BBC, el autor del artículo aclaraba que Herschel publicaría un reporte detallado, acompañado de certificados de autoridades civiles, religiosas y científicas que habían sido testigos de los hallazgos.
La quinta entrega describió un nuevo grupo de estas criaturas, "en todo aspecto una variedad mejorada de esta especie". Sin embargo, en la sexta entrega se contó que las observaciones fueron suspendidas a causa de un incendio provocado por el telescopio. Para cuando lograron arreglarlo, la Luna ya no era visible.
Una historia de casi logra engañar a todos
En un artículo del Library of Congress Blog, la autora Stephanie Hall apunta que el informe del 28 de agosto y la descripción de los hombres-murciélago hizo que muchos lectores comenzaran a sospechar que aquello se trataba de una mentira. Para el 29, otros diarios ya advertían que las supuestas observaciones de Herschel publicadas en The New York Sun probablemente no eran verdad.
Lo cierto es que Sir Herschel sí se encontraba en Sudáfrica y por eso no pudo desmentir a tiempo la noticia. No obstante, según cuenta la BBC, cuando se enteró de lo sucedido y leyó los supuestos informes, le causaron gracia. Su esposa incluso escribió que la narrativa lunar estaba tan bien apuntalada con "detalles minuciosos" que "los neoyorquinos no tenían la culpa de haberla creído".
Pero entonces, ¿quién estaba detrás de todo este engaño? Resulta que el autor de los textos no era el doctor Andrew Grant (quien de hecho no existía) sino un periodista recién llegado al Sun de nombre Richard Adams Locke. De acuerdo con Linda Hall's Library, Locke escribió esta serie de artículos para atraer más lectores al diario. Cabe apuntar que en ese entonces The New York Sun tenía menos de dos años de vida.
Un texto publicado en Smithsonian Magazine apunta que, años después, tras confesar la autoría de la serie, Locke dijo que su intención no era engañar a los lectores, sino hacer una sátira sobre la influencia que tenía la religión en la ciencia en aquel momento.
Hasta aquí termina esta historia, pero casos como este se han repetido en más de una ocasión. Quizás el ejemplo más famoso sea el de Halloween de 1938, cuando una estación de radio emitió una adaptación de La guerra de los mundos que desató el pánico entre los habitantes de Nueva Jersey. En México también tuvimos algo parecido en la década de los 90, con el caso del Chupacabras.
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