Una de las enfermedades que causa mayor miedo en las personas es el cáncer. Su capacidad para afectar a cualquiera, a cualquier edad y en cualquier momento es lo que la hace temible. Es precisamente tras años de estudio en animales que se ha encontrado un hallazgo curioso: a diferencia de las expectativas comunes, el cáncer no presenta una mayor incidencia en animales grandes en comparación con los pequeños.
Primero debemos toma en cuenta un punto: el cáncer se inicia cuando células empiezan a multiplicarse sin control debido a fallas en su funcionamiento. Si lo vemos desde un punto de vista numérico, puede pensarse que cuantas más células haya, mayor es el riesgo de desarrollar esta enfermedad. Entonces, y en teoría, el riesgo también debe aumentar con la edad, ya que más tiempo significa más oportunidades para que una célula falle.
Simon Spiro, un patólogo veterinario de la Sociedad Zoológica de Londres, comparó este proceso con un sorteo de lotería. En un artículo para el diario británico The Guardian, explico que "cuantas más células se tenga, más posibilidades tendrá de ganar el premio gordo, que en este caso es el cáncer". Si seguimos este rudo razonamiento, un elefante debería tener una vida mucho más corta que un humano. Sin embargo, la realidad es otra.
Los animales más grandes tienen mayor probabilidad de desarrollar cáncer, ¿en verdad?
Como ejemplo de que este sistema de probabilidad tiene sus huecos, nos encontramos con el caso de las ballenas. Claro está que los cetáceos se encuentran entre los animales más grandes del mundo, por lo tanto, bajo esta lógica deberían desarrollar el cáncer en cualquier momento. Aquí viene lo curioso, las ballenas llegan a vivir hasta 200 años.
Es aquí donde aparece Richard Peto, profesor de estadística médica y epidemiología en la Universidad de Oxford desde los años 70, señala una discrepancia notable entre teoría y observación en este contexto. Peto notó que, contrariamente a lo esperado, existe una relación inversa: a mayor tamaño corporal, menor es la probabilidad de desarrollar cáncer.
Asimismo, la probabilidad de contraer cáncer no se reduce únicamente por el tiempo y el número de células. El cáncer tiene una fuerte influencia genética, es ahí donde los científicos han encontrado la clave para esta paradoja.
Simon Spiro y su equipo investigaron animales fallecidos en el Zoológico de Londres para entender la frecuencia con la que sus células mutaban, es decir, cómo cambia su ADN con el tiempo. Descubrieron que existe una correlación precisa y opuesta entre la longevidad y la tasa de mutación: especies que viven más tiempo tienden a tener menos mutaciones por año.
Curiosamente, especies muy diferentes presentaron números similares de mutaciones a lo largo de sus vidas. Por ejemplo, mientras un ratón puede acumular unas 3,200 mutaciones en sus cuatro años de vida, un humano podría acumular alrededor de 3,760 mutaciones en un periodo de vida de 80 años.
Si volvemos a los elefantes y damos un cierre al tema, hay tomar en cuenta un último punto del por qué no tienen altas probabilidades de desarrollar tumores. Se debe a un gen encontrado en su ADN que tiene la capacidad de auto regenerarse. Su nombre: Gen TP53.
Esta es la razón por la cual los elefantes parecen estar en una posición favorable: mientras que los humanos tienen una sola copia de este gen, los elefantes tienen alrededor de veinte.
Hoy en día, miles de personas luchan contra esta enfermedad. El hecho de tener sino una cura al menos sí tratamientos más llevaderos, resulta esperanzador. Por lo que comprender cómo funciona el cáncer en otras especies animales suena interesante, prometedor y esperemos en un futuro sea una vía para combatirlo.
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