En portada, una de las imágenes vendidas como NFT de Grimes.
Grimes vendió la friolera cantidad de 5.8 millones en obras de criptoarte, y solo le tomó 20 minutos hacerlo. Lindsay Lohan vendió su propio NFT por 17,000 dólares; Jack Dorsey, fundador de Twitter, puso en subasta su propio NFT, que consiste en su primer tuit hecho en la plataforma, y ahora hasta Taco Bell vendió los suyos.
Los NFTs acaban de brincar a la arena de lo mainstream y lo han hecho de una forma tan agresiva que está poniendo a todos a pensar si la era de internet modificó sustancialmente lo que conocemos como una "pieza de arte".
La lógica va más o menos así: prácticamente cualquier bien digital puede ser un NFT. Lo mismo un gif de Grimes que un tuit de Dorsey, una imagen, o hasta un disco de Kings of Leon pueden ser un non-fungible token, que por sus siglas puede abreviarse en NFT. La idea es que todo NFT tiene un valor y puede usarse como moneda de cambio en el sentido de que se trata de un bien digital que tendrá el valor que otros estén dispuestos a asignarle, esencialmente el mismo principio de cualquier moneda, virtual o no.
Desde luego, no es que uno no pueda tomar una captura de pantalla al primer tuit de Dorsey en Twitter y guardarla en su escritorio, pero, aunque en teoría estaríamos hablando de un archivo muy similar al NFT que vende el fundador de Twitter, la inexorable diferencia entre ambos es que uno está autentificado, al estilo de de una obra de arte, y aquí es donde entra la importancia de la tecnología blockchain.
Comprar gifs en vez de una escultura
Uno podría tener una imagen de 60x90 de la Mona Lisa en la sala de su casa, pero tenerla ahí podría haber costado no más que la impresión y el marco.
La auténtica Mona Lisa sin embargo no podría costar menos de 50,000 millones de euros, aunque hay quien dice que es invaluable. La diferencia entre la recién impresa lona de la sala, y la obra de arte de Da Vinci es que una es auténtica, y la otra es una reproducción. Como cualquiera podría imaginar, las reproducciones en los NFTs son incluso más sencillas de hacer que de una pieza de arte "convencional", pero ello no quiere decir que sea imposible distinguir entre ambas.
La clave está en la tecnología blockchain, y cómo cada transacción se conserva como nodo de una red, en donde cada bloque tiene una copia que certifica la cadena de movimientos. Blockchain es la piedra angular de las criptomonedas como Bitcoin, y es también sobre la que se basa la operación de los NFTs. Su incorporación no llega sin problemas: el eventual comprador del tuit de Dorsey en realidad adquirirá, vía blockchain, la prueba de la compra de que pagó por él, pero en realidad no es que tenga la capacidad de limitar ni la reproducción ni la visualización del tuit.
No vayamos más lejos: para fines prácticos, a continuación el tuit que ahora mismo vale 2.5 millones de dólares:
Pero más allá de los derechos "limitados" que obtiene un poseedor sobre ciertos NFTs, lo cierto es que el mercado va en ascenso. Bloomberg calcula que en 2020 el segmento recaudó algo así como 250 millones de dólares, un incremento del 300% respecto a 2019.
Porque, contrario a lo que podría pensarse, los NFTs no son nuevos. Bloomberg también asegura que su explosión mediática ahora tiene que ver con cómo las criptomonedas han recibido más miradas en medio de un tormentoso 2020 que potenció internet, plataformas, redes, comercio electrónico y hasta la subasta de medios digitales. Al parecer ahora el espacio que hay en la conversación pública en torno a criptomonedas, Dogecoin, Bitcoin y hasta activos financieros como Gamestop (y lo que sucedió con Reddit), abrió la puerta para prácticas financieras que hasta ahora estaban recluidas en las comunidades más asiduas de las criptomonedas.
¿Una ventana al futuro de la distribución de entretenimiento?
Más allá de lo maravilloso (y absurdo) que puede sonar que cualquier persona esté dispuesta a pagar estratosféricas cantidades por algo que ni siquiera puede palpar, lo extraordinario de los NFTs es que ahora que se colocan en una conversación cada vez más pública es que sus alcances son casi inimaginables. Si un NFT puede ser prácticamente cualquier bien digital, no es descabellado pensar que este sea el inicio de una industria legal de consumo de audiovisuales en Internet, al más puro estilo de lo que hizo Kings of Leon.
Leigh Cuen en Inverse por ejemplo explica porque es que cada vez más músicos optan por vender sus creaciones como NFTs, y la respuesta pasa por que las transacciones se consolidan directamente con el escucha, ya sin necesidad de pasar por una plataforma de streaming, y el consecuente filtrado de ingresos.
Ese mismo principio puede aplicarse para cualquier creador de contenido independiente, al estilo de lo que ya ha hecho Grimes con sus NFTs.
Visto así, claro que un NFT puede venderse al estilo de una obra de arte, cuando se trata de piezas únicas y siempre y cuando haya un vendedor dispuesto a asignarle un precio, pero los NFTs abren la puerta también a la replicación de bienes digitales certificados como auténticos, que al mismo tiempo que cumplen con la premisa de ser una moneda de cambio y hasta potencial como mecanismo de inversión, tengan una utilidad más: la de consumo de contenido audiovisual.
Si alguna industria de entretenimiento vira hacia allá, no estaremos muy lejos de volver a consumir el arte con alma de coleccionista, de una forma no tan distinta a como comenzaste esa colección de vinilos y VHS. Lo que resta saber es si una fórmula así puede ser exitosa en tiempos donde uno puede conseguirlo todo al alcance de unos clics.
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