Caracterizado por ser la cuna de cientos de peculiares animales en su territorio, Australia vuelve a sorprender con el origen de una nueva especie dentro de su vasta fauna: una mosca genéticamente modificada.
Primero lo primero. Si partimos de la base que el planeta enfrenta un desafío por gestionar deshechos humanos, científicos de la Universidad Macquarie de Sydney decidieron tomar cartas en el asunto al modificar a las llamadas "moscas soldado negras". Su objetivo: este espécimen transforme residuos orgánicos humanos en valiosos ingredientes para la alimentación animal.
De acuerdo con el estudio realizado por los investigadores australianos, al modificar genéticamente a las larvas de esta mosca, se podría ampliar el tipo de residuos que consumen, al tiempo que producen enzimas y compuestos grasos.
Además, esto podría ayudar a disminuir la emisión de metano generado por la descomposición de desechos orgánicos, que contribuye al calentamiento global. “Estamos rumbo a un desastre climático y los vertederos emiten metano. Es crucial que reduzcamos esa cifra a cero”, indicó Kate Tepper, autora principal del artículo.
Por otro lado, Maciej Maselko, líder del laboratorio de biología sintética animal del instituto, señaló que estos insectos podrían representar la "próxima frontera" en la gestión de residuos en el planeta, ya que se generan aproximadamente mil millones de toneladas de desechos alimentarios al año.
El equipo de la universidad ha fundado una empresa llamada EntoZyme para comercializar su investigación. Esperan tener listas las primeras moscas genéticamente modificadas para su uso en instalaciones de tratamiento de residuos para finales de este año.
En cuanto a los riesgos asociados con esta “creación”, Maselko explicó que, mediante ingeniería genética, se pueden introducir debilidades en las moscas, como la incapacidad de volar, lo que las haría inviables fuera de las locaciones de procesamiento.
Otros de los posibles beneficios de las moscas genéticamente modificadas se encuentran la producción de enzimas para alimentos de animales, textiles y productos farmacéuticos, así como compuestos grasos para biocombustibles o lubricantes. Finalmente, algunas de ellas podrían consumir desechos contaminados y sus excrementos se utilizarían como fertilizante.
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