Son varias las razones por las que nos vemos tentados u obligados a realizar transacciones sobre dispositivos tecnológicos por medios o lugares de dudosa reputación, por decir lo menos. Personalmente yo lo he hecho para vender un par de “viejos” smartphones. Miles hacen lo mismo cada día o bien para adquirir un dispositivo, pues en tales lugares su precio es significativamente menor.
Este tipo de lugares a primera vista son cuestionables pero ¿son condenables? Todo depende desde la perspectiva en que se analicen y a quien se le pregunte. Lo cierto es que para millones de personas en México (y el mundo) son quizá la única opción en el mercado para comerciar o adquirir los productos o servicios que desean.
Mi experiencia personal
Para los que vivimos en el Distrito Federal el lugar donde se pueden encontrar e intercambiar productos tecnológicos de origen tanto legal como dudoso es el Eje Central, entre calle Artículo 123-V. Carranza y Victoria-República de Uruguay, en el Centro de la ciudad. En ese tramo vial se encuentra la Plaza de la Tecnología y la Plaza Victoria. Ambas de características comerciales distintas.
Cito tales lugares porque no solamente los he visitado, sino porque también he hecho “uso” de ellos. En la Plaza de la Tecnología compré un cable-adaptador de VGA a HDMI envuelto en un empaque de mala calidad pero ridículamente barato; $80 pesos, cuando en Steren cuesta $860 pesos, en Linio $380 y en Mercado Libre $165 pesos. Confieso que en su primer uso no funcionó, lo que me costó una rechifla por parte de los asistentes al taller que iba a dar. Pero de manera mágica, y a partir del siguiente intento de uso, ya no me ha fallado.
En la Plaza Victoria vendí en distintos momentos dos viejos smartphones. El primero fue un Samsung Galaxy Nexus y el segundo mi querido Moto X 2013, quien por cierto me hizo recuperar nuevamente la confianza en Motorola. Este último lo vendí apenas en diciembre pasado toda vez que recién había adquirido un Moto X 2014.
Dos lugares, dos perfiles, dos sentimientos
Acudí a estos dos lugares por recomendación de varios conocidos. También me advirtieron de lo que implica visitarlos. Inicio con la Plaza de la Tecnología, un negocio en forma que posee su logotipo, tiene un perfil de negocio definido, una página web propia en la cual se puede hasta comprar, con presencia en redes sociales, con un número 01-800 y varias sucursales en el país (conozco las de Monterrey y Puebla). Pertenece incluso a la Asociación Mexicana de Internet (AMIPCI)
Los locales que alberga parecen ser todos debidamente establecidos. Venden productos en su mayoría nuevos, por lo tanto la palabra “garantía” es un vocablo conocido. Entran-salen agentes de ventas de las principales empresas tecnológicas. En la mayoría de los locales te brindan recibos de compra y en varios la factura correspondiente, con las cuales puedes hacer reclamos futuros.
Por su parte la Plaza Victoria es otra historia muy distinta y muy común en las grandes ciudades mexicanas. Es un espacio donde hay puestos de compra-venta de dispositivos electrónicos, principalmente celulares y smartphones “perdidos”, sin una referencia comercial.
Las veces que he acudido a ella lo hice con extremo cuidado. El ambiente impone. Se siente uno vigilado, rodeado, acechado. La amabilidad con los clientes no es la distinción. La emisión de recibos o facturas de compra o venta es simplemente un acto desconocido. Las cajas registradoras de ventas o terminales de tarjetas de crédito son objetos ignorados. La garantía del producto adquirido es una broma. La ley ahí es “bajo tu propio riesgo”.
En la venta de mis smartphones la negociación fue dura pues lo que te daban era demasiado bajo. Pero reconozco que, al menos con quienes negocié, el trato y lenguaje fue respetuoso. En ambas ocasiones el lugar estaba lleno de clientes que, como yo, iban a vender o en su caso a comprar. Me pregunté varias veces cuantos de quienes compraban ahí al cabo de unos días se arrepentirían de su compra.
Regular lo que parece imposible
Con la masiva adquisición de dispositivos electrónicos personales y su creciente importancia en la vida de las personas, se ha generado una necesidad de generar espacios físicos o virtuales en los cuales se puedan comerciar de una manera ágil y flexible este tipo de aparatos. La Internet está siendo un gran vehículo para desplazar dispositivos tanto usados como nuevos y los modelos de negocio son muy variados. Destacan en México Mercado Libre, OXL, Amazon, eBay y Linio, por tan sólo citar algunos.
Pero la Internet no es suficiente, no es accesible para todos y no fue el primer espacio comercial. Por ello están también los sitios físicos como la citada Plaza de la Tecnología y otras similares. Todas siendo empresas establecidas, que generan empleos, pagan impuestos, responden por sus transacciones, cumplen con la ley. En suma, representan un tipo de negocio al cual el cliente se siente confiado en acudir y que la sociedad y el gobierno permiten y promueven con vehemencia.
Pero este tipo de empresas son tan sólo una parte del mundo real de los negocios. Existe también aquel representado por la Plaza Victoria, donde las reglas escritas simplemente no existen y las reglas orales son constantemente desafiadas. Dónde el más fuerte se atraganta no de un débil, sino de tantos como pueda ingerir. Al fin y al cabo cada uno de los presentes está ahí porque quiere estar y por lo tanto debe apegarse a las reglas de dicho espacio.
Pero ¿tanto sociedad como gobierno deben condenar y cerrar este tipo de espacios? La respuesta inmediata parece ser un sí, pues tolerarla es tanto como tolerar la piratería así como legitimar la venta de productos de dudosa procedencia. Ya no citemos pago de impuestos, prestaciones sociales, etc. Se trata entonces de un mercado negro.
Pero una cosa es cierto; este tipo de espacios públicos en un terreno privado han existido prácticamente desde que el hombre vive en sociedad, tal como el uso de sustancias prohibidas o la prostitución. Y siendo así el dilema no es cerrarlos o no, pues cerrarás ese espacio pero tarde o temprano se abrirá otro igual convirtiéndose en el juego del gato y el ratón.
La tarea y reto es regularizarlos tanto como sea posible y castigar lo majadero, exigiéndoles además principios mínimos de cumplimiento como la entrega de recibos por compra-venta, la entrega de factura original del producto al comprador (como sucede en los tianguis de compra-venta de vehículos usados) y el pago de un impuesto especial mínimo por actividad comercial.
Al respecto el gobierno federal ha lanzado el programa Crezcamos Juntos con el fin de formalizar al 59% de mexicanos que son parte de la economía informal. Sin duda una iniciativa noble y que busca dar justicia e igualdad para quienes pagamos nuestros impuestos. Pero dudo que tenga los resultados esperados si no participan las autoridades locales (estatales y municipales), órdenes de gobierno que conocen a la perfección a quienes se ubican en la economía informal.
Se trata entonces de subir a todos al barco, incluyendo a aquellos espacios donde se lleva a cabo la venta de tecnología de origen dudoso y que representa la única esperanza de muchos consumidores. Porque si al final somos muy puritanos y les queremos clausurar, entonces tendremos que aplicar el mismo principio a muchos otros comercios “legales” (físicos y virtuales), incluso de renombre internacional, que toleran en sus páginas de Internet o anaqueles la venta y/o intercambio de productos de también dudosa procedencia. Porque la ley debe aplicarse pareja, de lo contrario los niveles actuales de impunidad seguirán igual.
Foto portada : Phil Campbell
Foto Plaza de la Tecnología : Adam
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