Si te pidiera que pienses en el niño Jesús, seguramente los que vendría a tu mente sería la imagen de un bebé regordete y angelical. Si eres de México, es muy probable que tu principal referente sea el pequeño bebé de largo cabello rizado que se coloca en el nacimiento cada 24 de diciembre y se acostumbra vestir con elegantes prendas en el día de la Candelaria.
Pero ¿y si te dijera que no siempre se le concibió de esa manera? De hecho, hubo un tiempo en el que el niño Dios se parecía más a un hombre de 50 años que a un bebé. ¿Será que los artistas medievales nunca habían visto un bebé en su vida o simplemente eran malos pintores? La verdadera razón detrás de estas representaciones es un poco más compleja y tiene que ver con cómo concebía la iglesia a Jesús en ese entonces.
Un Jesús plenamente formado
Para comprender esto, es importante saber que, durante la Edad Media, el arte desempeñó un importante papel en la promoción del cristianismo, por lo que muchas obras de la época eran producidas con fines didácticos. Esto nos lleva a dos eventos importantes que definieron cómo se representaría a Jesús. El primero es el concilio de Éfeso, del año 431. En este se enfatizó la figura de María como madre de Dios. El segundo fue el concilio de Calcedonia, del 451, en el cual se estableció la plena humanidad y la plena divinidad de Jesús.
¿Y cómo se podía expresar esta plena humanidad y divinidad? Algunos teólogos interpretaron que Jesús había nacido plenamente formado, tanto física, como mental y espiritualmente. Por lo tanto, los artistas decidieron dibujar al pequeño Jesús como pequeño hombre en miniatura, es decir un homúnculo.
Por ejemplo, la Maddona de Crevole, pintada en el siglo XIII por Duccio de Buoninsegna, carga en brazos a un bebé con una incipiente calvicie, la cual simbolizaba la sabiduría. Además de que viste una túnica que asemeja más a las ropas de un filósofo que a las prendas propias de un bebé.
Importa el mensaje, no la fidelidad
De acuerdo con Angela McCarthy, de la Universidad de Notre Dame Australia, la falta de naturalismo en las obras no se debía a que los artistas no supieran dibujar. Lo que pasaba era que la representación exacta de las figuras humanas pasaba a segundo plano, pues lo que en realidad importaba era el mensaje que se pretendía transmitir.
Por ejemplo, en muchas obras de arte medieval, como la Maestà di Santa Trinitá, pintada por Cenni di Pepo Cimabue (1280-1290), los personajes principales del cuadro aparecen más grandes que el resto de elementos. Esto no es un problema de proporciones, sino un recurso didáctico para hacer reconocible para el espectador la figura más importante del cuadro.
En el caso de los bebés-hombres, McCarthy señala que la intención era reafirmar el mensaje de la acción de Dios al hacerse humano, eliminando la respuesta emocional del espectador hacia el bebé. Matthew Averett, profesor de la Universidad de Creighton, añade que los artistas se inclinaban por convenciones y lenguajes visuales que eran reconocibles por todos.
El cambio renacentista
La llegada del Renacimiento trajo el cambio definitivo en las representaciones del niño Jesús, aunque no de forma inmediata. El arte no religioso empezó a encontrar su verdadero nicho de mercado y el niño Jesús dejó de ser el único bebé representado, ya que muchas familias con poder adquisitivo encargaban retratos de sus propios hijos en los que evidentemente querían ver a sus bebés con una apariencia bonita y tierna.
Además, los artistas del Renacimiento perseguían otros objetivos, lo cual afectaba directamente a su técnica. Por ejemplo, sentían un mayor interés por plasmar la realidad e idealizaban la belleza, lo que dio como resultado representaciones de bebés más angelicales.
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