Era el día 19 de septiembre, mucha gente estaba ya en la calle dirigiéndose a sus trabajos o a las escuelas, otros vivíamos lejos de la Ciudad de México y veíamos con asombro cómo Lourdes Guerrero estaba transmitiendo el noticiero "Hoy Mismo", cuando de pronto, a las 7:19 am, la tierra comenzó a sacudirse, montones de edificios derribados, cientos de personas atrapadas entre los escombros, niños que recién nacían en los hospitales viendo amenazada su vida desde el primer aliento.
Hoy se cumplen 30 años de este suceso y en Xataka México queremos recordarlo en estas líneas.
Un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter
El sismo de 1985 tuvo una magnitud de 8.1 en la escala de Richter, su epicentro se encontró en el océano Pacífico, la duración de 120 segundos
Hace unos días, el 16 de septiembre por la noche, tembló en Chile un sismo de magnitud 8.3 en escala de Richter con decenas de réplicas, ese mismo día también se sacudió Brasil con un sismo de 6.5 grados Richter, y en México se "disparan las alertas", ¿será posible que vuelva a temblar con tal magnitud y causando tanta destrucción?
El riesgo se encuentra latente de manera permanente, según lo comentan académicos del Instituto de Geofísica de la UNAM y esto no tiene que ver con el mal gobierno, ni con la crisis financiera, política y educativa que vive nuestro país, sino con la ubicación geográfica de nuestro México en una de las 17 placas tectónicas más activas del planeta.
Una de las cordilleras que cruza nuestro país del Golfo al Pacífico es el Eje Volcánico Transversal, y eso nos habla de que puede haber y seguramente seguirá habiendo más movimientos telúricos desde leves hasta violentos mientras haya habitantes en este país, y cuando ya no haya, también, porque el hombre se consumirá presumiblemente antes de que la tierra desaparezca.
Los daños más graves
Las estructuras más dañadas se localizaron en el área del centro, centro histórico, colonia Doctores, colonia Roma, Tlatelolco, Tepito entre otras, dejando como resultado de acuerdo con el Dr. Takeshi Mikumo del Instituto de Geología 757 edificios colapsados, más de siete mil viviendas derrumbadas total o parcialmente.
Los hospitales vieron comprometida su capacidad de atención, ya que perdieron más de 2mil camas a raíz del sismo, el que más resuena en mi memoria es el Centro Médico Nacional, pero no fue el único, también se dañaron el Hospital Juárez y el Hospital General, de hecho, después del sismo se creó una norma para no permitir la construcción de hospitales de primer nivel en el Centro Histórico.
Miles de personas perdieron la vida, pero creo que jamás sabremos la cifra exacta, la que da el gobierno es muy conservadora y solo alcanza las 5mil personas, pero otros cálculos menos conservadores y de personas que estuvieron rescatando cuerpos entre los escombros nos dicen que fácilmente pudieron ser veinte mil o más los que fallecieron a consecuencia del sismo del 19 de septiembre y de su réplica de 7.3 y 7.5 grados Richter el día 20 de septiembre.
Las escuelas tampoco se salvaron, fueron más de mil las que quedaron inutilizadas, y el sistema de abastecimiento de agua potable también falló en diferentes colonias debido a los daños que sufriera la red hídrica a raíz del sismo. La red eléctrica también sufrió daños importantes que sumieron a algunas colonias en la más completa oscuridad.
Lo bueno de lo malo
Una de las cosas buenas que salió del terremoto del 85 fue la solidaridad de los mexicanos, artistas nacionales e incluso el tenor Plácido Domingo estuvieron ayudando a sus congéneres haciendo lo que pudieron, levantando escombros, llevando consuelo, brindando alimento, o palabras de aliento, lo que tuvieran a la mano, pero no solamente la gente de la farándula se conmovió con la tragedia, también la gente de a pie, esos que quedaron vivos y sanos y que sentían un deber cívico y moral de apoyar a los menos favorecidos.
También surgió el grupo Topos Tlatelolco que se volcaron en el rescate de los cuerpos atrapados en los escombros, arriesgando sus vidas para salvar la de otros, hasta la fecha es uno de los grupos de rescate más importantes del país, y han prestado sus servicios en desastres naturales en diversas partes del mundo.
La gente que no estaba físicamente en México se volcó a los centros de acopio de la Cruz Roja y otras instancias enviando despensas, agua embotellada, ropa, y todo lo que en el imaginario colectivo podría servirle a los compatriotas en desgracia.
Asistimos al surgimiento de los "bebés milagro", tres recién nacidos que había quedado atrapados bajo dos capas de concreto entre las ruinas del Hospital Juárez y que después de 10 días fueron rescatados sorprendentemente con vida. Sumando todas las personas que fueron rescatadas con vida hubo más de 4mil, y algunos de ellos vieron a consecuencia del sismo una manera de reorientar su vida, de ser mejores personas, y buscar el bien para sí mismos y para los demás.
Así lo vivió la Sra. Martha
19 de Septiembre, pasadas las 7 de la mañana. Acabando de desayunar, mis hijos alistados para irse a la escuela, cuando de pronto el piso comenzó a moverse, no recuerdo si primero de arriba a abajo o de un lado al otro. Solo recuerdo que fue el temblor más fuerte que había sentido, aunque de alguna forma estaba acostumbrada a ellos.
En ese entonces vivíamos en un edificio en las calles de Bajío, Col. Roma. Los niños estaban asustados y no sabíamos qué hacer, el perro chocaba de pared a pared sin controlarse por los movimientos.Nos tomamos de las manos hasta esperar que pasara, como tantos otros temblores que yo había sentido, incluyendo el de 1957, aquel en el que se cayó el Angel de la Independencia y en el que hubo muchos derrumbes también.
Fingiendo tranquilidad, limpié las lágrimas del rostro de mis hijos y los mandé a la escuela sin percatarnos ni mi esposo ni yo, de la magnitud del suceso. La energía eléctrica se fue de inmediato así que fue imposible tener acceso a los medios y saber lo que pasaba. Mi esposo tomó más tiempo que el habitual en regresar y cuando lo hizo, me di cuenta que las cosas estaban muy mal. Aún así, dejó a las niñas en su escuela y al niño en la suya, todas cercanas a la zona más conflictiva.
No habían pasado ni dos horas cuando nos llamaron de la escuela de las niñas, pidiéndonos que las recogiéramos porque estaban muy alteradas, al igual que el resto. Se habían enterado que algunas de sus compañeras se les había derrumbado la casa o el edificio donde vivía. De inmediato salimos por ellas y de una vez recogimos al niño. Cuál fue nuestra sorpresa que al regresar no pudimos entrar a nuestra calle porque estaba acordonada, sin acceso. El carro se quedó a unas 10 cuadras y recorrimos las calles caminando.
En ese trayecto fue donde vimos parte de las consecuencias. Un edificio colapsado totalmente, una escuela con cuarteaduras evidentes y justo el edificio enfrente del nuestro, con una abierta que se podía verse a través. Como autómatas regresamos a la casa, pudimos comprar pilas para un radio y poder escuchar lo que pasaba y el pánico se apoderó de nosotros. Afortunadamente nunca nos falló la línea telefónica para contactarnos con el resto de la familia y saber si estaban todos bien. Ellos preocupados por nosotros por las noticias, sabiendo en la zona que vivíamos.
Esa primera noche dormimos los cinco, si se puede decir dormir, en la misma cama, incluyendo al perro. Al día siguiente nos percatamos que el agua que salía de las llaves era absolutamente inservible, de color chocolate y de ninguna manera potable. Ni siquiera para lavarse las manos y menos bañarse o cocinar. Salimos a comprar algunas cosas de comida y nos sorprendimos al ver la solidaridad que empezaba a haber entre los vecinos.
No vendían insumos más de los necesarios para una familia. En cambio, nos pidieron llevar fruta y agua a los trabajadores que estaban sacando de los escombros a personas sepultadas. Cobijas, naranjas, jugos, abrelatas, ropa, todo lo que pudiéramos llevar. Como familia lo hicimos por unos días, Las escuelas cerradas por no recuerdo cuánto tiempo. Por donde pasábamos había escombros, gente cubierta de tierra, llorosa, caminando como zombies, en estado de shock.
Todo era polvo y tierra en el ambiente. Las sirenas de las ambulancias eran continuas y ensordecedoras. Inquietante. Como si estuviéramos en guerra. Nos fue imposible seguir viviendo en esa zona y decidimos irnos con un familiar donde nos quedamos algunos días. Cuando menos hasta poder regresar en el auto a la casa y que se hubieran restablecido los servicios básicos.
En mi estado un poco catatónico, lo único que se me ocurrió que nos podíamos llevar eran juguetes para los niños, los patines de ruedas y raquetas. Todo eso en lugar de ropa y cosas básicas. Mi hijos me miraban incrédulos cuando ponía una tras de otra, las cosas en el pasillo. Claro que me hicieron reaccionar y cambié los juguetes por ropa.
El regreso a casa no fue fácil. Donde había construcciones, solo había piedras y losetas amontonadas. Lo que más recuerdo de los días siguientes era un tremendo olor a carne muerta. Venía del estadio de béisbol, donde decidieron poner los cuerpos de las personas fallecidas, para que los identificaran. Ese olor duró meses. Era realmente desagradable y continuamente te hacía recordar el gran número de fallecidos. Muy triste.
Por todos lados nos enterábamos de familias que habían perdido a alguien es esa terrible mañana. Fue difícil reponernos y creo que hasta la fecha el recuerdo nos pone la carne de gallina. Durante más de dos meses dormimos juntos, primero en la misma cama y después en colchones que pusimos en el suelo en la misma recámara para que durmieran los hijos. Hasta que poco a poco la vida nos fue llevando a seguir con lo cotidiano y acostumbrándonos a ver las ruinas de ese tremendo 19 de Septiembre.
Despertando la solidaridad del pueblo
La ciudad de México aparecía ante nuestros ojos derrumbada, pero solo en la parte física, el espíritu de los mexicanos de todas las latitudes se hizo presente. Bomberos, policías, tránsitos y los encargados de protección civil, se volcaron a las calles a buscar personas atrapadas entre los escombros, muchos civiles también lo hicieron, tal vez no tenían la preparación ni los conocimientos para hacerlo de la mejor manera, pero tenían mucho corazón, y mucha compasión por aquellos menos favorecidos.
El sismo nos permitió reconocer que como pueblo somos solidarios, luchones, que no tiramos la toalla y no nos vence la adversidad, supimos que donde haya un mexicano en apuros habrá otros muchos que correrán a tenderle la mano, es cierto, entonces no había planes de contingencia, la ciudad no estaba preparada, pero ahora se llevan a cabo simulacros de manera cotidiana para que la población sepa cómo actuar en caso de desastre.
Hoy se cumplen 30 años del terremoto que marcó la historia de nuestro país, muchos de nuestros lectores ni siquiera habían nacido en ese momento, pero no por eso hay que cegarnos ante las consecuencias que tuvo, algunas fueron muy malas, otras como la unión fueron de lo mejor que le pudo haber pasado a nuestro país.
Agradezco de manera especial a la Sra. Martha Álvarez Balbas, quien se tomó el tiempo de recordar y plasmar en papel su vivencia para poderla compartir con nuestros lectores.
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