No es poca la discusión sobre secuelas a mediano y largo plazo de COVID-19. Debido a la gran variedad de síntomas que la enfermedad puede producir en pacientes es que no hay certezas sobre cuáles serían los efectos después de que la enfermedad concluya. Menos claridad aporta el que al COVID-19 cada vez se le identifica más como una enfermedad multisistémica, con efectos no solamente de índole respiratorio.
En ese tenor va la nueva investigación desde la Universidad de Oxford que tiene buenos números para ser tomada en cuenta: el estudio ya publicado en Nature y visto primero por El País, analizó dos veces imágenes de cerebros de 785 participantes, 401 de los cuales dieron positivo por COVID-19 entre sus dos escaneos. La metodología es importante porque este es el primer estudio de tal alcance que tiene imágenes cerebrales antes y después de la infección, y los resultados son contundentes: disminución en materia gris y reducción de volumen cerebral general.
Alteraciones cerebrales
Las modificaciones en tejidos cerebrales entre quienes padecieron COVID-19 y quienes no, fue "moderada", siempre en rangos de entre .2% y 2%. Los cambios de volumen se observaron en las regiones del tubérculo olfatorio, corteza piriforme, giro parahipocampal y corteza entorrinal. La primera y la segunda están especializadas en procesos relacionados con el olfato, la tercera está relacionada con procesos de memoria, control de atención y orientación espacial, mientras que la última se ha asociado especialmente con la memoria.
Es importante destacar que, según el estudio, hay posibilidad de que los efectos de deterioro sean más severos entre los pacientes que desarrollaron enfermedad lo suficientemente grave para ser hospitalizados, contra quienes tuvieron COVID-19 moderado. El estudio reconoce que debe hacerse más investigación, sobre todo tomando en cuenta que de los 401 casos estudiados, solo 15 fueron hospitalizados por COVID-19. La comparación es inequitativa (15 casos contra 386) y por lo tanto la conclusión es que, aunque hay resultados que sugieren mayor deterioro, no hay por ahora diferencias significativas entre ambos grupos.
Por ahora este es el comienzo de más investigación sobre las secuelas del COVID-19 en relación con memoria y procesos de atención. El artículo retoma que por ello es que desde la Asociación de Alzheimer se ha integrado una comisión con 30 representantes de varios países para investigar si secuelas como las descritas podrían contribuir al desarrollo a largo plazo de desórdenes de demencia.
El estudio de Oxford no ahonda al respecto, pero sí asegura que en la muestra considerada no se encontraron pacientes con signos de discapacidad en memoria, pese al deterioro encontrado en las imágenes cerebrales. Lo que sí se halló fueron peores desempeños en una tarea relacionada con atención en participantes positivos a COVID-19 respecto al grupo de control.
El artículo reconoce algunas limitaciones propias del estudio, como la falta de información específica de la enfermedad de cada paciente, desde las condiciones como saturación de oxígeno o el tratamiento que recibieron, así como la variante específica de SARS-CoV-2 que estuvo detrás de los cuadros clínicos. Otra limitante es que la muestra cuenta con muy poca diversidad étnica, de manera que la mayoría de los datos provienen de adultos blancos.
Como sucede en casi todo estudio, el de Oxford plantea una serie de preguntas que quedan abiertas para futuras investigaciones. Por una parte está la necesidad de más estudios que contemplen imágenes cerebrales de pacientes que tuvieron enfermedad lo suficientemente grave para ser hospitalizados; por otra parte, dado que el estudio de Oxford incluye casos de enfermedad moderada a fuerte, será necesario más investigación para conocer si alteraciones similares pueden ser observadas en quienes tuvieron COVID-19 leve.
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