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Con "un ritual" en el Senado se presentó iniciativa para proteger al maíz nativo de los transgénicos en México

Steve Saldaña

Editor Senior

Periodista de tecnología y ciencia. Escribo y analizo la industria de plataformas tech en México y soy fan de la ética tecnológica. También soy miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia. Hago locución comercial, produzco podcast y soy presentador del podcast semanal ROM. LinkedIn

Luce surreal: más de una docena de personas disfrazadas de figurillas de la Ofrenda 4 de La Venta acompañan a la senadora Jesusa Rodríguez a presentar la iniciativa para el fomento y protección del maíz nativo.

En un par de playeras se lee "OGM = Muerte", en un nada sutil mensaje que confronta de lleno a la investigación sobre los transgénicos, mucha que ya teme por su subsistencia en la actual administración.

En la iniciativa están desde los objetivos que lucen de lo más inocuos, como la creación de bancos de semilla de maíz nativo para preservar la diversidad de especies, hasta los más peligrosos, que quieren impedir a toda costa la presencia de organismos genéticamente modificados.

"El chahuiztle transgénico"

"Una iniciativa con proyecto de decreto que brota de la Tierra" y "que no caiga el chahuiztle transgénico sobre nuestra primera gracia divina", son frases que acompañan en la presentación de Jesusa. Las máscaras emulan a 16 figurillas de la ofrenda Olmeca que, aunque no se sabe su significado preciso, Jesusa declaró tiene que ver con el maíz, el arte y la ciencia.

En su exposición de motivos, el documento deja en claro que no pretende hacer oposición a la biotecnología, pero al mismo tiempo se busca el derecho a las personas "a consumir productos derivados del maíz libres de organismos genéticamente modificados".

También se busca la creación del Consejo Nacional del Maíz, que fungiría como órgano de consulta del presidente para la planeación y formulación de programas en torno a la protección del maíz nativo. No solo eso, en otro punto del texto se dice que el consejo podría participar "en los mecanismos de consulta, investigación y estudios sobre el Patrimonio Alimentario", abriendo la puerta para que integrantes del consejo intervengan con la naturaleza y aplicación de estudios científicos sobre el maíz.

El consejo sería presidido por el presidente de la república, de manera que él decidiría directamente sobre en cuáles estudios intervenir y en cuáles no.

Como Secretario Ejecutivo estaría el subsecretario de Autosuficiencia Alimentaria de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) y como vocales habría integrantes de organizaciones civiles, campesinos y académicos, todos ellos con previa aprobación del secretario.

El Consejo además establecerá el Programa Nacional de Semillas de Maíz Nativo, entre cuyas funciones está "proteger y fomentar el maíz libre de organismos genéticamente modificados. Si bien es cierto que se han detectado transgenes en maíces en México, también lo es que los defectos en el pasado con el monitoreo de cultivos genéticamente modificados en México no tiene relación alguna con el impedimento para que la investigación académica continúe sobre ellos, tal y como sucede en el resto del mundo.

¿Y la investigación?

No es la primera vez que se pone en entredicho la objetividad de la nueva administración para permitir a la comunidad científica avanzar en los esfuerzos de investigación para analizar todos los alcances sobre los transgénicos.

Recientemente hubo resquemor cuando se sugirió que el Conacyt habría de asumir la función de rector de ciencia y tecnología de toda la administración, eliminando instancias como la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad o la intervención de las secretarias de Economía y de Salud, y que provocó quejas de la UNAM, el IPN y ortas instituciones de investigación.

El Cinvestav se ha pronunciado ya por reforzar la investigación por los efectos de los transgénicos en México, pero la administración parece resuelta a no permitirlo

El texto deja en claro que el Programa Nacional de Semillas deberá impulsar la investigación y el desarrollo de tecnología necesaria para conservar las características del maíz nativo. El punto es trascendental, pues de aprobarse la iniciativa, puede suponerse que fondos dedicados a investigación podrían ser priorizados para estudios cuyo tema central sea estudiar las propiedades del maíz nativo, y no alcances de transgenes.

Así, un investigador cuya tesis de maestría o doctorado verse sobre transgénicos, podría ver recortado el apoyo que recibe tan solo por la temática de su estudio.

Más allá de la investigación, la iniciativa reconoce la diversidad de especies como identitaria de pueblos originarios, y por ello propone la creación de bancos de semillas de maíz, los cuales estarían a cargo de la Comisión Nacional para el Conocimiento y el Uso de la Biodiversidad. La acción, de caracter preventivo, funcionaría para rescatar cualquier tipo de semilla ante su posible pérdida, con o sin transgénicos de por medio.

En cuanto a la protección del maíz nativo y la autosuficiencia alimentaria, hay quien duda de que la segunda sea una promesa real. Recientemente George A. Dyer, investigador del Centro de Estudios Económicos del Colmex, ofrecía un análisis por el que es bastante improbable que las importaciones de maíz provenientes de Estados Unidos bajen, sobre todo considerando la firma del T-Mec que garantizará el abasto de granos actual (libre de aranceles) a México.

Tal parece que, en vista de que la más probable fuente de arribo de semillas con transgenes seguirá como hasta ahora, convendría redoblar esfuerzos hacia conseguir la estancada ley de etiquetado de alimentos, y hacer todo lo posible para en vez de obstaculizar, incentivar los análisis de la academia especialista por comprender todos los impactos (y desmentir todos los prejuicios) de los organismos genéticamente modificados.

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