A decenas de kilómetros de su país, Antonio se enteró de la potencial catástrofe. De alguna forma, supo que Irlanda estaba intentando sacar de su país miles de toneladas de leche en polvo potencialmente contaminada, por unos químicos de los que casi nadie había oído hablar, pero que en las noticias se referían a ello como "radiación".
Entonces, en 1986, había muy poco entendimiento sobre qué era eso.
Antonio Gonzáles, entonces embajador de México en Brasil, se comunicó con la Secretaría de Relaciones Exteriores para poner sobre aviso al país, a sabiendas de que México era un histórico comprador de leche en polvo al país europeo. Las fechas no son claras: 'Proceso' dice que eso pasó en 1986, pero la versión oficial que ocurrió hasta 1987.
Se haya traspapelado o no la alerta, de todas formas, la compra sucedió. México, a través de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares, mejor conocida como CONASUPO, compró a Irlanda casi 28,174 toneladas métricas, como parte de su abasto total del año que ascendió a 200,000 toneladas. Los responsables en ese momento no sabían, no pudieron haber entendido, que una explosión que ocurrió en un reactor de la Unión Soviética podría haber dejado rastro atómico en los finos granos de leche en polvo.
La explosión, a medio mundo de distancia
Como humanos, somos resistentes a cierta cantidad de radiación, de forma que científicos y organizaciones de todo el mundo constantemente trabajan en encontrar cuáles son los límites de exposición que nos podemos permitir a la radiación que encontramos por doquier, sobre todo la ionizante, aquella que puede alterar enlaces naturales de nuestras moléculas, y entre otras cosas, provocar cáncer.
Pero para la explosión del reactor nuclear de Chernobyl, el episodio que provocó la exposición accidental de radiación más catastrófica de la que tenemos memoria, mucho de esto no era bien sabido. Enmedio de la confusión de los días siguientes, gobiernos enteros personificados por científicos, comenzaron a trabajar inalcanzablemente para saber, cuánto de Cesio, Estroncio y otros elementos, habrían de determinar como "no dañinos" en alimentos.
A más de 2,000 kilómetros de distancia, la nube radiactiva encontró en el aire su canal natural para su dispersión a lo ancho de toda Europa, hasta Irlanda del Norte. No mucho habría pasado si la nube permaneciera en el aire, pero a su recorrido en Irlanda, una lluvia se precipitó con fuerza, acumulando radiación en tierra y eventualmente, en alimentos cultivados y en animales cuya principal fuente de alimento son los pastizales.
La radiación se las arregló para contaminar todo a su paso, y estaba en vía de atravesar el gran charco.
El extraño caso de la CONASUPO
No fue CONASUPO, sino una de sus empresas filiales, la que encontró lo que parecía ser una muestra contaminada con Cesio 137, isotopo que se usan en medicina e investigación nuclear, pero que nadie quiere en su plato de comida, o en su vaso de leche. El Cesio 137 es radiactivo: emite partículas beta y radiación gama mientras decae, lo que ocurre muy lentamente pues se estima que tiene un periodo de vida de 30 años.
En la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CONASENUSA) volvieron a sonar las alertas. Apenas tres años antes habían tenido que recorrer a pie Chihuahua y hacer una búsqueda a nivel nacional en busca de varillas infectadas con un isotopo radiactivo, Cobalto-60.
Es posible que la explosión en el reactor de Chernobyl, en abril de 1986, les pusiera sobre aviso; pero es improbable que se hubieran anticipado a esa llamada de la CONASUPO. Cuando CONASUPO les contactó, en realidad se trató de un mero trámite. El Instituto Nacional de Investigaciones Nuclerares ya le había confirmado a la CONASUPO lo que la empresa filial Wyeth Vales les había dicho: su leche en polvo era un riesgo para la salud de quien se acercara a ella, ya no decir de quien la consumiera.
Cuando los hombres de traje y los científicos de bata se reunieron en Europa para catalogar los límites máximos permisibles de exposición a isotopos, decidieron que el del Cesio 137 sería de 370 bequereles, medida que sirve para estimar la desintegración de un radionucleído (en este caso de Cesio-137) por segundo. El consenso fue el de permitir alimentos de hasta 370 bequereles durante el año posterior al accidente de Chernobyl, pero la leche en polvo enviada por Conasupo a la empresa filial había alcanzado los 2,700 bequereles.
México ni siquiera tenía claros los límites permitidos. Por un lado no había norma oficial que considerara estimados de radiación en alimentos, pero además no le fueron comunicados los resultados de la reunión de la Comunidad Económica Europea que trabaja a marchas forzadas por entender cuánta radiación tendría que entenderse como no dañina.
Luego entonces, México no exigió en todo 1986 certificados de niveles de radiación en la leche que provenía de Irlanda. Una vez más, la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear tendría que ir a contrareloj.
El Cesio suelto
La primera recomendación de la CONASENUSA fue la más obvia: parar todo embarque que llegaba a México, usualmente por el puerto de Veracruz, que llevara consigo leche en polvo.
No solo eso, recomendó también que toda la leche que se tuviera en bodegas regresara de inmediato a aquel país. CONASUPO se negó: argumentó que criterios comerciales impedían la devolución de la leche. Obligada a optar por otra vía, la CONASENUSA integró un operativo de muestreo en las bodegas de CONASUPO y Liconsa, todavía entonces sin que la Secretaría de Salud supiera todo lo que pasaba.
Una comunicación proveniente de Brasil lo cambió todo: la del embajador Antonio Gonzáles que notificó que Irlanda había intentado vender leche en polvo a Brasil y que el contenido habría que tomarse con cautela debido al accidente nuclear, a medio mundo de distancia. Entonces, la Secretaría de Salud se dio por enterada de lo que pasaba bajo sus narices.
Ahí es cuando México, Brasil y Argentina comienzan su propia investigación solo para corroborar la sospecha: la leche en polvo de Irlanda, de alguna forma todavía no comprensible en su totalidad, tenía rastros de la radiación del accidente de Chernobyl.
La negativa de la devolución de la leche entonces en bodegas, hizo que la CONASENUSA tuviera que comprar equipo especial con tal de tener un operativo para seleccionar muestras en busca de la leche contaminada que pudiera estar en suelo mexicano, y sin embargo, los lotes seguían llegando.
Se estima que 39,000 toneladas métricas de leche proveniente de Irlanda llegaran en 1987, más incluso que lo que México compró en 1986. En marzo de 1987 tres barcos cargados con leche llegaron al puerto de Veracruz, y la CONASENUSA no podía más que encontrar la manera para organizar los operativos de muestreo en busca de contaminación.
Pero la CONASENUSA no podría haber tomado muestras de los primeros cargamentos, los que arribaron entre junio de 1986 y enero de 1987. La misma comisión lo notificó a través de vías oficiales, asegurado que 11,333 toneladas métricas que se comercializaron en ese lapso jamás recibieron inspección.
Aquí es donde la historia comienza a bifurcarse. 'Proceso' asegura que el escrito proveniente del embajador Antonio Gonzáles llegó solo tres meses después del accidente de Chernobyl, lo que habría puesto sobre aviso a CONASUPO, CONASENUSA, y hasta Secretaría de Salud. La versión oficial sin embargo indica que el escrito no llegó sino hasta principios de 1987, lo que instó la colaboración entre los tres países y eventualmente el acuerdo con la empresa exportadora 'Irish Dairy Board' sobre que la leche no debía pasar los 370 bequereles de Cesio 137.
La leche distribuida de junio de 1986 a enero de 1987 nunca fue comprobada. No se sabe si en efecto al menos una parte contaba con índices elevados de contaminación radiactiva, y no se puede asegurar ni su afectación, ni su inocuidad. Tampoco se tiene registro de su distribución, si toda ella fue ocupada en CONASUPO y Liconsa, o enviada a las empresas filiales, quienes al parecer tampoco contaron con los instrumentos necesarios para detectar los niveles, hasta que 'Whayt Vales' detectó los 2,700 bequereles.
La misión imposible
A pesar de la gravedad de la imposibilidad de la detección de niveles de Cesio 137 en leche distribuida por la CONASUPO, el hecho no fue revelado de momento. En vez de ello, la Secretaría de Salud, CONASUPO y CONASENUSA, comenzaron a tener reuniones técnicas para conseguir disminuir la toxicidad de la leche en polvo que estaba siendo encontrada en los lotes en bodegas.
La idea para solucionar el problema, era diluir la leche contaminada.
A la llegada de los tres barcos cargados de leche en polvo provenientes de Veracruz, la CONASENUSA recomendó que todo embarque de leche de procedencia europea no rebasara los 50 bequereles, un límite mucho más restrictivo que el que pactaron los europeos. Fue entonces cuando la CONASENUSA sugirió la posibilidad de disminuir los niveles de lotes con 44 bequereles, con otros más puros.
Una vez más, la historia difiere de la que narra 'La Jornada', que aseguró haber tenido acceso a las minutas de las reuniones, y aseveró que los lotes contaminados que se pretendían diluir tenían más de 50 bequereles.
Cualquiera que fuera el grado de contaminación, las discusiones para diluir la leche sí avanzaron. Se llegó a la conclusión de que una prueba piloto podría realizarse en bodegas de Liconsa en Tláhuac, al oriente de Ciudad de México. Eventualmente la prueba tuvo que cancelarse por temor a que toda la planta que procesaba leche para programas sociales quedara contaminada.
'La Jornada' dice que fue entonces cuando comenzó un peregrinar de la Secretaría de Salud, CONASUPO y CONASENUSA, por encontrar una planta que tuviera la infraestructura para la hacer la dilución.
Meses después la causa fue considerada como perdida por la CONASUPO.
Fue entonces que la leche, con índices de 150 bequereles, fue liberada. La distribución de la leche se hizo a sabiendas del rebase del límite de los 50 bequereles propuestos por la CONASENUSA, pero se consideró que el indicador seguía siendo menor a los 370 bequereles recomendados en Europa. Así, fueron en total 2,436 toneladas las comercializadas en lotes de los que no se clarificó su destino.
Adicionalmente, hubo otras 1,497 toneladas de leche en polvo que al rebasar los 370 bequereles permanecieron en bodegas, hasta que México encontrará qué hacer con ellas.
De vuelta a Irlanda
Pasaron 18 meses de recibir leche potencialmente radiactiva. Para 1988 no paraban los muestreos de la CONASENUSA, los análisis científicos, y los debates comerciales para devolver la leche, pero nada ocurría. El secreto había sido guardado por mucho tiempo.
El 21 de enero de 1988 una organización ecologista le dio la vuelta al tema, y tomó desprevenido al gobierno. Ese día la organización ecológica, el Grupo de los Cien, denunció en conferencia de prensa la compra de leche contaminada por parte de la CONASUPO, y exigió la devolución inmediata a Irlanda. Esa fue la primera vez que la opinión pública se dio cuenta que el gobierno llevaba más de un año recibiendo leche contaminada por el accidente de Chernobyl.
No hay información oficial sobre que esa conferencia haya acelerado los procesos, pero debió hacerlo: no más de un mes después, el 18 de febrero, por fin la Secretaría de Salud ordenó oficialmente toda la devolución de leche que hubiera sido encontrada contaminada, por encima de los 370 bequereles, a Irlanda.
México recibió el importe correspondiente a la leche que volvió a Irlanda, con ayuda de los barcos 'Sonora' y 'Pheasand', enviados a Rotherdam, Holanda, y Cork, Irlanda. CONASUPO recibió el dinero correspondiente, pero el no haber comunicado a tiempo provocó un escándalo de mayúsculas proporciones que afectó la credibilidad del gobierno, y levantó sospechas sobre la veracidad de la información oficial.
El escándalo fue tal que la presión no cesó durante los siguientes años. Tomó una década, pero la indignación, los rumores y las nada infundadas sospechas, hizo que eventualmente una investigación formal iniciara, a cargo del Congreso de la Unión.
La comisión que se dedicó a investigar por dos años el tema de la leche contaminada (y otros más de CONASUPO) tuvo integrantes por igual de los cinco partidos con presencia en el congreso: PRI, PAN, PRD, Partido Verde y Partido del Trabajo. Los diputados fueron Agustín Miguel Alonso y Alberto López del PRD, Margarita Pérez Gavilán y Abelardo Perales del PAN, Jaime Talancón y Enrique Jackson del PRI, Juan José Cruz y José Luis López del PT, y Verónica Velasco y Aurora Bazán del Partido Verde.
Para el reporte le fue pedida información a la CONASENUSA, a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, a la Procuraduría General de Justicia, a Hacienda, a SEDESOL, a la Comisión Bancaria y de Valores, Tesorería, Puerto de Veracruz, entre otros; y se solicitó apoyo del IPN, UNAM, Profepa y gobernación.
La conclusión del reporte llegó en 1999, en forma de cinco tomos con informes parciales de varias líneas de investigación. Entre los resultados está que la CONASUPO sí fue responsable de importar leche contaminada, y que lo hizo con conocimiento de causa. Además, se concluyó que la CONASENUSA intentó de inmediato regresar toda la leche contaminada, pero que los criterios comerciales establecidos por la CONASUPO impidieron la devolución inmediata.
"[CONASUPO] negligentemente importó leche contaminada con Cesio radiactivo procedente de Irlanda, en 1986 (...) La Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias no pudo muestrear 12,920.63 Toneladas Métricas, de un total de 28,378 Toneladas Métricas, de leche en polvo procedente de Irlanda durante 1986, porque ya habían sido comercializadas entre los meses de septiembre de 1986 y enero de 1987. De esas toneladas no se pudieron establecer niveles de radiactividad contenidos"
Reporte de la investigación del caso CONASUPO
Ninguna persona fue procesada por el caso.
El científico y el militar
Al vicealmirante Rodríguez le llegó la notificación de que en un pelotón todos estaban enfermando. El también piloto muy probablemente ignoró los primeros casos, pero llegó un momento en el prácticamente todo el Batallón de Infantería de Marina de la Tercera Zona Naval con sede en Las Bajadas, Veracruz, estaban enfermos.
Rodríguez pensó que no estaba de más preguntar que ocurría. Cuando preguntó al comandante del batallón, de apellido Isunza, se le dijo que todos estaban enfermos del estómago. ¿Tendría que ser un comestible? Verduras, descartado; lechuga, descartada; uno a uno Izunsa y Rodríguez descartaron cada alimento como fuente de intoxicación.
Y entonces llegó el atole. El vicealmirante Rodríguez pensó que el atole estaba hecho de leche bronca, pero eventualmente descubrió que la leche provino de un comprador que en realidad la había obtenido, ilegalmente, de la aduana.
El vicealmirante cuenta a Excelsior y a 'Proceso' que le pasó por la cabeza contactar a su viejo amigo, el físico Miguel Ángel Valdovinos, entonces jefe del laboratorio de la planta nucleoeléctrica de Laguna Verde (a 70 kilómetros del puerto de Veracruz) para investigar muestras de la leche.
Rodríguez comenzó a relacionar la leche contaminada, con el gigantesco accidente que inundaba las noticias desde hace casi un año.
Lo conocí [a Valdovinos] porque éramos amigos y jugábamos ajedrez, mucho más joven que yo. Desde que era estudiante nos llevamos bien. Inclusive porque nos tocó participar y estar, él como jefe, del Grupo de Estado Mayor que hizo el Plan de la Defensa de la nucleoeléctrica, y luego el Plan de Emergencia Radiológica Externa
Vicealmirante Rodríguez a Imagen
El vicealmirante no debió haber creído cuando alguien le dijo que la leche provino de Irlanda del Norte, uno de los países presuntamente infectados por la nube de elementos radiactivos que viajó de la Unión Soviética a casi toda Europa; pero la conclusión de Valdovinos confirmó los peores temores del vicealmirante: la leche tenía niveles extraordinarios de bequereles. Sumaban en total 375 bequereles por kilogramo de Cesio-137.
Valdovinos dijo en su momento a 'Proceso' que las dosis comprometidas supera los límites saludables en más de diez veces (aunque no dice de dónde obtiene su referencia, no hay que olvidar que la CONASENUSA estimó una dosis límite de 50 bequerelios como segura), y aseguró que el mayor riesgo sería el aumento de incidencia de cáncer en quienes ingirieron al menos cien mililitros de leche contaminada diariamente.
"A todas luces resulta inaceptable esta sobrexposición, ya que se tuvieron los datos suficientes para suspender la compra y luego la distribución de la leche contaminada con concentraciones significativas de Estroncio 90 y Cesio 137"
Doctor Valdovinos
A partir de aquí las versiones comienzan a encontrarse. 'Proceso' dice que el vicealmirante fue sometido a una corte marcial por cargos "inventados", pero en realidad el vicealmirante dio entrevista a Imagen en 2019, ya habiendo sido ascendido a almirante. Aún así, Rodríguez asegura en esa misma entrevista que los barcos 'Sonora' y 'Pheasand' fueron desviados, y en vez de regresar a Irlanda en 1988 con la leche contaminada, llegaron a Tampico, desde donde la leche fue nuevamente descargada y distribuida. No hay evidencia oficial que sustente el operativo.
Incluso Rodríguez dijo a Imagen que uno de los trenes con leche se descarriló antes de llegar a Monterrey, en donde hubo robo hormiga por población del lugar.
Una verdad olvidada intencionalmente
La opacidad del manejo del tema por parte del gobierno federal es lo que permitió que versiones tan dispares, como esta, sigan viviendo en internet hasta el día de hoy. No son pocos los periodistas que dicen haber encontrado un incremento de cáncer infantil en los años subsecuentes. El propio Pascal Beltrán del Río entrevistó a presuntos afectados por la dispersión de la leche contaminada y en el famoso libro 'Caso Conasupo' de Guillermo Zamora se recopilan varios testimonios más.
La versión oficial de la Secretaría de Salud es que no hubo afectaciones a la población en México luego del accidente, aunque reconoce que no hubo un modelo epidemiológico para detectar y llevar seguimiento a casos. Zamora contrarresta en su libro, en donde dice que el cáncer infantil aumentó en un 300% en la década de 1987 a 1997.
El punto medio es el de la doctora Rocío Cárdenas. En aquel entonces miembro del departamento de oncología del Instituto Nacional de Pediatría, reconoció a 'La Jornada' un aumento de fallecimientos por cáncer infantil entre 1987 y 1999, pero, a falta de un modelo epidemiológico, una investigación a conciencia de carácter científico, es imposible establecer causalidad entre el caso CONASUPO y la alza en casos de cáncer.
La falta de transparencia en la información, eficiente comunicación gubernamental, y análisis científico, hará que el impacto del caso Conasupo nunca se conozca a cabalidad.
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