Entre julio de 1980 y enero de 1981, los restos óseos de cerca 42 infantes de entre dos y siete años fueron descubiertos en la esquina noroeste del edificio del Templo Mayor de Tenochtitlan. Los huesos estaban acompañados de materiales que tenían una relación con el mundo acuático de la cosmovisión mexica.
El hallazgo claramente indicaba que habían sido sacrificados en honor a los tlaloques, seres al servicio del dios de la lluvia, Tláloc. Ahora, un nuevo análisis a los restos revela que el propósito de este sangriento ritual era solicitar a la divinidad que pusiera fin a una terrible sequía que azotó la ciudad entre 1452 y 1454.
La ofrenda 48: un ritual para atraer la lluvia
Los resultados de este nuevo estudio fueron dados a conocer durante el noveno encuentro Liberación a través del conocimiento: “Agua y Vida”, llevado a cabo en el Colegio Nacional de México. En este evento se contó que los restos fueron sometidos a análisis isotópicos en la Universidad de Columbia. Dichos estudios arrojaron que los infantes provenían de diversas regiones.
De acuerdo con Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la sequía tuvo lugar durante el reinado de Moctezuma I y la construcción del Templo Mayor. Sus efectos fueron tan devastadores que las familias hambrientas vendieron a sus hijos a pueblos cercanos a cambio de alimentos. Las sequías de principios de verano habrían afectado la germinación, crecimiento y floración de las plantas, mientras que las heladas de otoño pudieron haber impedido que el maíz madurara.
Luján explicó que, para aliviar la crisis, fue que sacrificó a los 42 niños. Explicó que los infantes fueron rociados con pigmento azul, conchas marinas y pequeños pájaros, elementos que simbolizan el agua en la cosmovisión mexica. Además, fueron rodeados por 11 esculturas hechas de roca volcánica que semejaban el rostro de Tláloc.
Los sacrificios a Tláloc
Como señalan Román Berrelleza y Torre Blanco en Arqueología Mexicana, la tradición agrícola de la sociedad mexica sustentaba el culto a las deidades relacionadas con la fertilidad y los fenómenos naturales. Uno de los dioses más importantes para este pueblo fue Tláloc: dios del agua, las lluvias y la fertilidad de la tierra, así como de otros fenómenos que influían en el desarrollo de las cosechas.
Por ello, no es extraño imaginar que la sociedad mexica realizara sacrificios para ganarse el favor de un dios tan importante, y en algunos casos, para aplacar su ira. Tláloc no solo se encargaba de traer las lluvias y hacer crecer la vegetación. Los mexicas pensaban que, si se les ofendía, tanto él como sus ayudantes podían castigarles con destructoras tormentas o fuertes sequías.
Al igual que Luján, los autores describen que a los niños que iban a ser sacrificados se les ataviaba a imagen y semejanza de los tlaloques, por lo que se volvían la personificación viva de dichas deidades. Según fray Bernardino de Sahagún: "Cuando llevaban los niños a matar, si lloraban y echaban muchas lágrimas, alegrábanse los que los llevaban, porque tomaban pronósticos de que habían de tener muchas aguas ese año”.
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