Hoy en día hay más investigación que nunca. Los papers publicados se han multiplicado, pero por alguna razón, no así los hallazgos científicos que transforman la forma en que entendemos la biología, la astronomía o la física. Los momentos "¡Eureka!" que han marcado el desarrollo científico (y tecnológico) cada vez son menos, según una interesante investigación publicada a inicios de este 2023 y que ha utilizado una métrica de evaluación nunca antes vista.
Los primeros indicios son muy fáciles de localizar: la teoría de la relatividad de Einstein fue publicada en 1905; la penicilina transformó a la medicina moderna en 1928 y ese mismo año se dieron los primeros pasos hacia el descubrimiento de la estructura del ADN; en 1942 se construyó el primer reactor nuclear del mundo como parte del Proyecto Manhattan; los transistores que dieron inicio a la era de la electrónica fueron presentados en 1948 y las primeras computadoras fueron introducidas en esa misma década.
Ya en la segunda mitad del siglo la humanidad conoció gracias a la tecnología y la ciencia a la primera tarjeta de crédito, los automóviles modernos, el televisor a color y, desde luego, el internet.
El declive de la disrupción
Pero si se trata de escudriñar los últimos treinta años en busca de auténticos hallazgos científicos que cambien a la humanidad, los resultados no son tan prósperos. Así lo documenta e investiga un artículo publicado en Nature dirigido por el doctor en emprendimiento, Michael Park, la socióloga de la Universidad de Arizona Erin Leahey y Russel J Funk, doctor en la Universidad de Minnesota que ayudó a crear un tipo de análisis que rastrea cómo investigadores citan a otros trabajos publicados.
La idea elemental es utilizar cuánto un trabajo y sus citas son referidas por la comunidad para distinguir trabajos verdaderamente brillantes dentro del mar de los 3,000 artículos que son publicados diariamente, lo que equivale a más de un millón al año.
Con el método de análisis de Funk fueron analizados 45 millones de papers y 3.9 millones de patentes en busca de si la disrupción científica sigue existiendo. El resultado se lee en "índice CD", un puntaje que sirve para medir cuán disruptivas son las investigaciones o hallazgos tanto en ciencia como en tecnología.
Mapeados los índices CD por campos científicos y tecnológicos, el resultado es tal como podríamos esperar:
Innovación científica a la baja
Ni la biomedicina, ni la física, ni las ciencias sociales y tampoco los descubrimientos tecnológicos se libran de ir en declive si se trata de cuán disruptivos han sido. Hay un ligero aumento para después de 2010 en lo que se trata de patentes disruptivas en electrónica, pero la tendencia no termina por reafirmarse con el corte que se ha considerado para el estudio.
Una de las formas de observación más interesantes del estudio es en lo que se trata de lingüística. El procedimiento ha analizado también cuán diverso es el lenguaje dentro de los artículos de investigación y de las patentes y han descubierto que el vocabulario dentro de una rama en específico es cada vez menos diverso, de manera que palabras particulares en un orden determinado tienden a seguirse utilizando así, lo que se retoma como un signo más de novedad a la baja.
¿Por qué la ciencia y la tecnología disruptivas se han estancado? La hipótesis de que ello ha ocurrido no es del todo nueva y aunque evaluaciones detalladas y científicas siempre son necesarias, el que haya menos hallazgos disruptivos es palpable en la vida cotidiana. No es el principal objeto del estudio, pero los autores sí barajean varias posibles respuestas a la pregunta, como por ejemplo que la montaña de conocimientos necesarios para hacer descubrimientos importantes es cada vez más alta y, por lo tanto, implica más tiempo en las carreras de científicos.
El concepto es uno bien conocido por filósofos de la ciencia: dado que la ciencia implica un procedimiento endógeno, que parta siempre desde dentro con una base sólida de conocimientos previos, los expertos que pueden aportar a la ciencia son personas que han dedicado su vida a la formación en su área. Así, investigadores cada vez pasan más tiempo de sus carreras formándose antes de poder aportar realmente a un campo de la ciencia y, como resultado, tienen menos tiempo para dedicar realmente a la investigación.
Otra posibilidad es que los descubrimientos estén siendo tremendamente especializados como para poder marcar un hito para la ciencia en general. Con científicos dedicándose a ramas muy específicas del conocimiento, es posible que los hallazgos sean muy limitados y siempre concentrados en el área. Si los ramos de las ciencias no se intercomunican entre ellas, los proyectos de investigación disruptivos son cada vez menos usuales. "Confiar en porciones más estrechas de conocimiento beneficia a carreras individuales, no al progreso científico en general", sentencian los autores del artículo.
Tiempos que (¿no?) volverán
Si la ciencia y la tecnología volverán a ser tan disruptivos como lo fueron es algo imposible de saber. Por una parte, la tendencia de estabilización de momentos disruptivos de la ciencia que se puede apreciar para inicios de este siglo podría representar que hay un piso mínimo de ciencia disruptiva, gracias desde luego al método científico. Visto así, el siglo XIX pudieron haber sido los albores de la ciencia y por lo tanto habrían representado un estallido de innovación que nunca más volveremos a ver.
Por otra parte, quizás este sea un problema que puede atenderse y que requiere soluciones y redireccionamiento a los trabajos científicos y tecnológicos. No se trata de modificar el proceso endógeno del método científico sino de, quizás, incentivar la ciencia hacia la interdisciplinariedad.
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